El sujeto fronterizo en La frontera de cristal de Carlos Fuente

Por Miguel Santos González
George Mason University, Virginia

 

La frontera de cristal (1995) no es la primera obra en la que el escritor mexicano trata el tema de la frontera. Ya lo abordó con anterioridad en 1992, en su obra The buried mirror: Reflexions on Spain and the New World (1992) y también, varios años antes, en su novela Gringo viejo (1985). A diferencia de El espejo enterrado y Gringo viejo, en La frontera de cristal el significado de frontera adquiere un sentido más amplio que el puramente geopolítico. Significa no solo la separación territorial entre México y Estados Unidos sino también la división entre las experiencias y vivencias personales de unos personajes donde quiera que vivan. En La frontera de cristal estos últimos cambian, se transforman a lo largo de la novela, evolucionan…cruzan fronteras: la geográfica, sexual, de clase, raza, cultura e idioma. Esta evolución culmina en un personaje especialmente importante en la novela: José Francisco. Aunque no aparece hasta el último relato, es una figura esencial que transforma y supera el propio concepto de “frontera” en el ámbito mexicanoamericano que Fuentes expone, a través de la voz del narrador en tercera persona, al principio de su novela: “una frontera ilusoria, de cristal, porosa, por donde circulan cada año millones de personas, ideas, mercancías, todo” (Fuentes, La frontera de cristal 30). Esta separación territorial es concebida de una manera optimista y positiva, que implica
transparencia e igualdad de oportunidades para ver lo que hay al otro lado, facilidad de paso, prosperidad, posibilidades de cambio y de intercambio económico y cultural. Sin embargo, veremos que esta concepción cambia a lo largo de la novela.

La identidad y el sujeto fronterizo en La frontera de cristal

La identidad de los personajes de Fuentes no puede definirse ni entenderse desde una perspectiva tradicional. Identificarlos como seres cuyos rasgos propios los definen frente a los demás o por la conciencia que tienen de sí mismos no nos ayudaría mucho a entenderlos. Como señala Carla Kaplan (2007), las versiones tradicionales de identidad han sido puestas en tela de juicio en las últimas décadas por las teorías y concepciones postmodernas de la subjetividad. Según esta escritora, por una parte, existe una identidad individual que define nuestra personalidad. Por otra, se encuentra la identidad social que funciona como un conjunto de identificaciones diversas que negocian sus diferencias y conflictos culturales, siempre en competencia unas con otras. En este contexto conceptual de la diversidad y la complejidad es precisamente en el que debe entenderse el personaje de José Francisco, un estadounidense de familia mexicana, pero nacido y establecido en Estados Unidos. Él vive una dualidad conflictiva que a lo largo de su vida le ha planteado dilemas desgarradores como ¿qué es primero ser mexicano o estadounidense? ¿A qué país? ¿A qué cultura? ¿A qué idioma debe su lealtad? Conforme se desarrolla el personaje de José Francisco, este se da cuenta de que con la edad ha superado ese tipo de dilemas mediante la reconciliación de las partes.

La frontera de cristal, escrita a principios de los años noventa y publicada en 1995, aunque se compone de nueve relatos cortos que se pueden leer de manera independiente, tiene tres claros denominadores comunes: la realidad fronteriza mexicanoamericana; el personaje de don Leonardo Barroso, quien representa a un hombre de mediana edad, adinerado, poderoso, propietario de maquiladoras, conectado con el narcotráfico y sin escrúpulos para conseguir lo que desea; y, por último, el personaje de José Francisco como síntesis del personaje natural de la frontera: un ser híbrido, complejo, mexicano y americano, chicano. Su confianza en el poder de la palabra escrita, como veremos más adelante, envía al lector un mensaje hacia el futuro, el conocimiento y entendimiento del otro, del que es diferente.1

A lo largo de los nueve relatos, Fuentes toca temas variados, como el cruce de personas y mercancías entre la frontera de México y Estados Unidos, la homosexualidad y el contacto con aquellos que no son iguales que nosotros, el lujo excesivo de la sociedad estadounidense, la deshumanización de la situación en la que viven las personas que trabajan en las maquiladoras en el lado sur de la frontera, y la crisis económica mexicana de los años ochenta que forzó a muchos mexicanos a emigrar a Estados Unidos.

En la novela, Fuentes no presenta a los personajes con una identidad definida desde el principio, sino que se va desarrollando conforme conocen y cruzan sus fronteras personales. Estos experimentan la frontera en cualquier lugar, real o imaginario, en el que se produce un intercambio y negociación cultural entre dos o más individuos o grupos: la frontera mexicanoamericana (entre los empresarios Leandro Barroso y Ted Murchinson), Chicago (entre la criada Josefina y su señora Miss Amy), Ithaca (entre dos estudiantes homosexuales, Juan Zamora y Lord Jim), Asturias (entre el mexicano Leandro y la española Encarna) o Nueva York (entre el limpiacristales Lisandro Sánchez y Audrey, la señorita en la oficina). Fuentes, a través de los citados personajes, recorre la memoria histórica y cultural para dirigir al lector no hacia el pasado sino, como ya hemos mencionado, hacia el futuro, hacia la autorización de la hibridación y el mestizaje como camino por el que avanzar a un mundo con más entendimiento, mayor igualdad y justicia. El escritor articula la crítica social con el objetivo de alcanzar la negociación, el acercamiento y el reconocimiento de los desfavorecidos y las minorías.

Fuentes usa en La frontera de cristal la memoria, el conocimiento del otro y los acontecimientos históricos en torno a la frontera del río Bravorío Grande, como punto de partida para exponer las diferencias y contradicciones entre ambos países. Al final, su punto de llegada será la síntesis representada en el personaje de José Francisco: un sujeto híbrido que considera la palabra como su principal arma. Veremos cómo el autor recurre –a través de los nueve cuentos que conforman la novela– a la memoria, el tema del otro y los acontecimientos históricos para elaborar su mensaje de entendimiento.

La globalización y la memoria

En el primer relato de la novela La frontera de cristal, “La capitalina”, el autor evoca la memoria de los valores de la antigua aristocracia del México en decadencia. Fuentes también rememora las estructuras sociales y familiares básicas abandonadas para darnos su visión sobre cómo se está llevando a cabo en México el contacto directo entre el mundo industrializado y el mundo no industrializado. Pero el recuerdo se hace especialmente penetrante en el quinto relato, “Malintzin de las maquilas”. El escritor evoca las estructuras rurales e indígenas, alteradas hasta la aberración por las exigencias laborales de las maquiladoras. En estas industrias los valores familiares y sociales tradicionales de las clases humildes se alteran de una manera brusca y violenta, como Fuentes quiere que el lector recuerde. Así lo representan las palabras del personaje del padre de Candelaria, en La frontera de cristal, tras la muerte del hijo de Dinorah, una de las trabajadoras de la maquiladora:
Los viejos llegaron también, se juntó todo el barrio y el padre de
la Candelaria, detenido en el quicio de la puerta, se preguntó en
voz alta si habían hecho bien en venirse a trabajar a Juárez,
donde una mujer tenía que dejar solo a su niñito, amarrado como
un animal a la pata de una mesa, el inocente, cómo no se iba a
perjudicar, cómo no. Todos los rucos comentaron que eso en el
campo no pasaría, las familias allí siempre tenían quién cuidara a
los niños, no era necesario amarrarlos, las cuerdas eran para los
perros y los marranos. (146)

Otro tema que el autor utiliza en la obra con el fin de construir la identidad de los personajes y analizar la interacción entre las sociedades mexicana y estadounidense en el contexto de la globalización es el tema del otro. Este análisis permite apreciar la toma de conciencia de que existen otras personas que son diferentes y que posibilitan que el individuo se autoafirme, se revele a sí mismo. El hispanista mexicano Hugo MéndezRamírez en su trabajo “Estrategias para entrar y salir de la globalización en La frontera de cristal de Carlos Fuentes” explica este proceso en el escritor sirviéndose del concepto Bajtiniano de “exotopía” o:
el ‘hallarse fuera’ de aquél que comprende—hallarse fuera en el
tiempo, en el espacio, en la cultura…el hombre no puede ver ni
comprender en su totalidad, ni siquiera su propia apariencia, y
no puede ayudarle en ello la fotografía ni los espejos. La
verdadera apariencia de uno puede ser vista tan sólo por otras
personas, gracias a su exotopía espacial y gracias a que son otros. (588)

Ningún otro lugar como los espacios fronterizos es tan propicio al contacto con “los otros”; sobre todo, si estos espacios tienen un significado amplio: geográfico, real o ficticio, cualquier lugar donde haya intercambio y negociación de lenguaje, valores y sentimientos entre individuos o grupos (Méndez-Ramírez 589). Como no podía ser de otra manera, Fuentes nos ilustra estos encuentros con el otro de una manera diversa, a veces con un final esperanzador como en el relato que protagonizan los personajes de Josefina y Amy, “Las amigas”, y en otras ocasiones con un encuentro frustrado como en el cuento que da nombre a la novela, “La frontera de cristal”. En “Las amigas”, el autor consigue que ambos personajes crucen la frontera de sus sentimientos y prejuicios y se den la mano dos mujeres de dos mundos completamente distintos económica y culturalmente (México y Estados Unidos, Josefina y Amy). El difícil contacto inicial entre ambos personajes, forzado por la necesidad de dinero y de compañía respectivamente, va transformándose. Los obstáculos que la anciana pone a Josefina, la criada, no impiden que ésta, armada de entrega, paciencia y una autenticidad incondicional, consiga negociar e intercambiar sentimientos con la señora hasta el punto de reconocer la oportunidad que perdió de ser feliz en su juventud a causa de su egoísmo, cinismo, amargura y desprecio por los demás cuando estuvo enamorada del padre de su sobrino. En “Las amigas”, el contacto con los valores y las costumbres de Josefina va transformando a Miss Amy poco a poco, hasta que al final:
las dos manos tensas y antiguas de Miss Amalia Ney Dunbar
tomaron las manos sujetas y carnosas de Josefina. Miss Amy se
llevó las manos de la criada a los labios, las besó y Josefina abrazó
el cuerpo casi transparente de Miss Amy, un abrazo que aunque
nunca se repitiese, duraría una eternidad. (171)

Sin embargo, un autor tan poco simplista como Fuentes no podía dejar pasar por alto el hecho de que la negociación y el intercambio, aunque solo son posibles entre los individuos a través del contacto con el otro, no siempre se completan con éxito. Así lo representa genialmente el autor mexicano en el relato que da nombre a la novela, “La frontera de cristal”. En la historia, el personaje de Lisandro Chávez se encuentra limpiando el cristal de la oficina de Audrey mientras ella trabaja dentro. Ambos están separados por un cristal, una frontera que les permitía verse, saber de la existencia del otro, estar próximos, desearse mutuamente, querer cruzar el cristal y estar al otro lado.

En este fragmento, el joven Lisandro ni siquiera llega a consumar el contacto con Audrey. Bien sea por timidez o complejos, bien porque sus compañeros le están apresurando para que termine de limpiar el cristal, Lisandro no llega a dar su nombre a la joven neoyorquina, y prefiere permanecer en el anonimato escondiendo su nombre detrás de su nacionalidad. Por eso, cuando la americana escribe su nombre en el cristal con pintalabios –“yerdua–, él solo escribe “nacixem” en lugar de su nombre (195).

El mestizo

La última historia de la novela de Fuentes, “Río Grande, Río Bravo”, es la recapitulación de todas las anteriores. El río se convierte en testigo de una frontera ahora vista histórica y políticamente desde la violencia, la discriminación y la protesta. Aquella frontera tan dinámica y positiva presentada al principio de la novela, se torna en este relato en un escenario sangriento y violento marcado por el asesinato de Leonardo Barroso. En esta historia, Fuentes también retoma varios personajes: José Zamora, un médico homosexual que huye de la violencia homófoba de su propia cultura mexicana y que cruza la frontera hacia Estados Unidos para atender a los indocumentados; los Ayala, una familia de emigrantes temporeros en Estados Unidos por tres generaciones y que ahora encuentra cerrado su paso hacia el norte; Dan Polansky, miembro de la patrulla fronteriza e hijo de inmigrantes, ahora convertido en un racista activo; Margarita Barroso, absorbida por el trabajo de supervisora en una maquiladora, nacida mexicana, pero educada y residente en El Paso, a quien sus amigas, desde la escuela secundaria, le aconsejan no hablar en español; Eloíno y Mario, un ilegal que quiere cruzar la frontera por la noche y un patrullero que se compadece de él y no tiene valor para detenerlo; y Gonzalo Romero, coyote acribillado a balazos con otros 26 mexicanos a manos de un grupo de fanáticos de la supremacía blanca. Finalmente, diferente a todos los demás personajes que cruzan las fronteras, Fuentes crea uno oriundo de la frontera: José Francisco.

Este es un personaje extraviado, marginal, “un estrafalario, con sus greñas hasta los hombros, su sombrero vaquero, sus escapularios de plata y su saco de sarape, rayado como un arco iris” (256). El aspecto del personaje José Francisco tiene algo que es ambiguo, como lo es el espacio fronterizo en que vive. En palabras de Fuentes, es un “algo que no podía darse sólo en uno u otro lado de la frontera, sino en ambos lados. Ésas eran cosas difíciles de entender en los dos lados” (257).

Desde que era adolescente, los estadounidenses, los profesores e incluso sus propios compañeros tenían a José Francisco “chingado” como el mismo personaje confiesa: “Quisieron que tuviera miedo de hablar español. Te vamos a castigar si hablas el lingo” (257). Pero él no se amilanó, sino que se enfadó. No le gustaba estar humillado y oprimido. Esa rabia fue su punto de partida hacia la rebeldía, la cual manifestó por primera vez cuando “empezó a cantar canciones en español en el recreo, a voz en cuello, hasta volverlos locos a todos los gringos, profesores y alumnos” (257). Después decidió que no sería ni mexicano ni americano sino chicano, y con una historia propia dispuesta a ser escrita y contada a ambos lados de la frontera, para que ambos lados supieran las historias del otro y consiguieran entenderse mejor: “–Yo no soy mexicano. Yo no soy gringo. Yo soy chicano. No soy gringo en USA y mexicano en México. Soy chicano en todas partes. No tengo que asimilarme a nada. Tengo mi propia historia” (259).

José Francisco, desde el reconocimiento de su condición de mestizo, quiere establecer alianzas a ambos lados de la frontera. Cruza el puente hablando inglés y cantando “Cielito lindo” y “Valentín de la sierra” (260). A diario lleva las mochilas de su moto llenas de manuscritos hasta que un día los agentes de la frontera empiezan a sacarlos como si fueran manifiestos políticos subversivos que la brisa levanta por el aire mientras se da cuenta de lo que está pasando: que sus papeles están volando por el aire, a ambos lados de la frontera, buscando a sus lectores, no importa a que lado, hasta que ve “los brazos abiertos en cruz de los manifestantes del lado de Ciudad Juárez, cómo se levantaron a pescar al vuelo las cuartillas, y José Francisco lanzó un grito de victoria que rompió para siempre el cristal de la frontera…(261).

Conclusión

La frontera de cristal analiza la frontera mexicanoamericana, a través de la memoria del país azteca, para criticar la relación económica y cultural de principios de los años noventa entre México y Estados Unidos. Su objetivo es intentar entrever el sujeto fronterizo del futuro: los mestizos y los nuevos mestizos, seres híbridos que viven en las regiones fronterizas y que son al mismo tiempo de un lado de la frontera y del otro. Son personajes que no pueden decantarse por una parte solamente porque son de las dos y se ven obligados a negociar con ambas. Son figuras eclécticas conscientes de compartir dos culturas, y que pueden elegir lo mejor de cada una de ellas para crear una nueva. Personas como las que representa el personaje de José Francisco viven en carne propia una lucha antagónica y se mantienen a ambos lados de la frontera. Sienten una continua necesidad de conciliar esa lucha interna por medio de la negociación y la reconciliación de su propia diversidad.

Gran parte del eco e influencia de la percepción de muchos autores que han escrito sobre las fronteras en las tres últimas décadas también se debe al carácter visionario y premonitorio que han adquirido a causa del rumbo que han tomado las reestructuraciones de las fronteras políticas y económicas en los últimos años: la caída de la antigua Unión Soviética en 1991 y los grandes acuerdos de comercio internacional, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) ratificado en 1992 entre Canadá, Estados Unidos y México. Para Fuentes “la globalización es un hecho y que sería necio oponerse a ella en principio” (Méndez-Ramírez 582). No obstante, el reconocido autor mexicano también vio necesario plantearse cómo se podrían entender, en este contexto de intercambio global, temas como la soberanía nacional, la especulación o el nacionalismo, así como las barreras que se iban a levantar a las mercancías y al tránsito de personas que cruzaría cada año las fronteras en los años posteriores a las firmas de los tratados comerciales. En este sentido, Méndez-Ramírez (2002) entiende que La frontera de cristal es una búsqueda de estrategias para una negociación hegemónica desde la ficción. Es imprescindible autorizar las antiguas y las nuevas culturas híbridas minoritarias emergentes en los momentos de transformación económica y social que vivimos con el fin de articular y dar representación a las minorías. En este entorno de negociación, de mutabilidad y de continua transformación se sitúan la variedad y complejidad de los rasgos y actitudes de los personajes de Fuentes en la obra. Estas características, según afirma Mary Pat Brady, manifiestan cómo ha cambiado en los últimos años la forma de pensar sobre cualquier tipo de frontera. Es una nueva forma de pensar que debe ser entendida como un paradigma que implique preguntarse sobre el tipo de mundo en que vivimos y queremos vivir en el futuro.

Nota

1. José Francisco ve que sus escritos arrojados al aire desde el puente
sobre el río Bravo alcanzan ambos lados de la frontera mexicanoamericana,
y grita de felicidad hasta romper el cristal de la frontera al comprobar que
los mismos pueden ser instrumentos de comunicación y entendimiento
entre mexicanos y estadounidenses (261).

Obras citadas

Anzaldúa, Gloria. Borderlands / La Frontera. The New Mestiza. San
Francisco: Aunt Lute Books, 1999. Print.

—. Borderlands/La frontera: the new mestiza. Introducción por Sonia
Saldívar-Hull. San Francisco: Aunt Lute Books, 1999. Print.

Burgett, Bruce, and Glenn Hendler, eds. Keywords for American Cultural
Studies. New York: New York UP, 2007. Print.

“Carlos Fuentes: Página Oficial. 2003.” Web. 28 Nov. 2010

Castillo, Debra, and María Socorro Tabuenca Córdoba. Border Women:
Writing from La Frontera
. Minneapolis, MN: University of
Minnesota Press, 2002. Print.

Fuentes, Carlos. Gringo viejo. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica,
1985. Print.

—. The buried mirror: Reflexions on Spain and the New World.
Boston: Houghton Mifflin, 1992. Print.

—. La frontera de cristal. México D.F.: Alfaguara, 1995. Print.

Jones, Elizabeth, and Gloria Anzaldua. Voices from the Gaps. Web. Nov. 2010.

Maquilapolis. Dirs. Vicky Funary, and Sergio de la Torre. Independent
Television Service ITVS, 2006. Web.

Méndez-Ramírez, Hugo. “Estrategias para entrar y salir de la globalización
en La frontera de cristal de Carlos Fuentes.” Hispanic Review 70.4
(2002): 581-599. JSTOR. Web.

Mojica, Rafael H. “Carlos Fuentes. La frontera de cristal: Una novela en
nueve Cuentos.” World Literature Today 71.2 (1997): 354. JSTOR.
Web.

Si es necesario escuchar un sermón, que lo cuente un pícaro, por favor

Por Miguel Santos González
George Mason University, Virginia

La Primera parte de Guzmán de Alfarache fue publicada en España en 1599, dentro de una sociedad muy sensibilizada ideológicamente con las creencias religiosas por dos causas, una externa, el Concilio de Trento y su Contrarreforma como respuesta a la Reforma protestante y la otra interna, las conversiones y falsas conversiones de practicantes judíos y musulmanes al catolicismo ocurridas a partir de las expulsiones de España de ambos grupos, iniciadas con los Reyes Católicos en 1492 y continuadas por Felipe III hacia 1609. Para finales del siglo XVI en España también existe una nueva sensibilidad literaria y estética. Gran parte de la población se encuentra ya hastiada del idealismo de las gestas heroicas de los caballeros y del amor cortés que aparecen en la mayoría de los libros y relatos populares coetáneos y anteriores. El público muestra una gran inquietud por un tipo de literatura que dé cabida a personajes e historias más verosímiles, y que representen lo más posible la realidad cotidiana. El gran mérito y el éxito de Mateo Alemán en su época, como bien lo demuestran los elogios que preceden tanto al primer como al segundo libro, radican precisamente en la fusión ideológica, estilística y literaria que consigue en esta novela.

Alemán recurre a las cualidades de su protagonista, el pícaro Guzmanillo, heredero del Lazarillo, para aportar gracia, interés, realismo y mantener el hilo conductor de la novela a pesar de las continuas digresiones. La enseñanza mediante ejemplos ex contrario permite al autor narrar, por boca de Guzmán, las aventuras y desventuras de éste para ilustrar en qué no consiste una vida cristiana. Es decir, a través de las peripecias del pícaro, el autor introduce escenas desvergonzadas o pecaminosas, pero a la vez interesantes y amenas para el público. Las andanzas de Guzmán también aportan situaciones sociales y oportunidades diversas para mostrar actitudes de profesiones o estamentos de la sociedad, y al mismo tiempo dan paso al sermón e invitan a reformar la moral y las costumbres. Otro pilar que sustenta el sermón y los consejos morales dentro de la obra es el arrepentimiento final del pícaro Guzmanillo a pesar de sus innumerables caídas. La catarsis del arrepentimiento lo eleva desde “la cumbre del monte de las miserias” a, “alzando el brazo, alcanzar el cielo” mediante la conversión. Y es desde este punto elevado, esta atalaya de la vida humana, donde los sermones de Guzmán adquieren su sentido y justificación.

En esta obra de Alemán el protagonista no solamente narra los acontecimientos de manera autobiográfica sino que entabla un diálogo de manera continua, aunque no exclusiva, con el lector, ese curioso lector, al que Guzmán exhorta al diálogo en la novela. Este diálogo entre el narrador y el narratario tiene fines didácticos con antecedentes en nuestra cultura occidental tan profundos como los diálogos platónicos y las Confesiones de San Agustín de Hipona. En los diálogos platónicos, el filósofo expone sus pensamientos en boca de sus personajes, sobre todo de Sócrates[1]. Partiendo desde la humildad de la ignorancia absoluta, “solo sé que no sé nada”, la estructura del diálogo permite a Platón, a diferencia de sus predecesores sofistas que exponían sus pensamientos en forma de tratado, exponer sus ideas de una manera metódica, didáctica, descubriendo la verdad a través de la dialéctica, del debate de ejemplos e ideas. Este intercambio de preguntas y respuestas, de opiniones y verdades le permite al filósofo ateniense incluir, ideas poco populares para su época. De igual manera, San Agustín, introductor del platonismo en la teología cristiana, estructura sus Confesiones en forma de diálogo. El diálogo con Dios, le sirve al de Hipona para sintetizar la vida de su juventud llena de “placeres ilícitos y deleites cumplidos” con los “amarguísimos sinsabores” producidos por el castigo divino. La obra del santo expone la trayectoria del alma de Agustín, un ser de naturaleza humilde, insignificante, pecaminosa y, por qué no decirlo, pícara hacia el santo Agustín, un hombre arrepentido y reformado cuyo alma llega a conocer la sabiduría y el poder infinito de Dios.[2]

Mateo Alemán estructura su novela en una peculiar forma de confesión que alterna la peripecia y el sermón y se desarrolla a través de un diálogo entre Guzmán, el yo que narra su autobiografía, y el lector, el  polivalente: el vulgo, el curioso lector, la persona o el grupo social[3] al que va dirigida la conseja o la reprimenda del sermón. Este  narratario es variado y dinámico. Con frecuencia, adquiere mucha vivacidad cuando es exhortado por el narrador a ponerse “en mi lugar”, “troquemos plazas”[4] le pedirá más adelante la voz narrativa.

La alternancia entre la peripecia del pícaro y los sermones tienen una doble función: la expansión de los límites de la narración y, sobre todo, la reforma moral:

Haz como leas lo que leyeres y no te rías de la conseja y se te pase el consejo; recibe los que te doy y el ánimo con que te los ofrezco: no los eches como barreduras al muladar del olvido. Mira que podrá ser escobilla de precio. Recoge, junta esa tierra, métela en el crisol de la consideración, dale fuego de espíritu, y te aseguro hallarás algún oro que te enriquezca. [5]

Alemán se aleja y regresa [6] al hilo narrativo autobiográfico, intercalando y enriqueciendo el texto con digresiones de estilo variado como son las consejas, las citas, las historias que cuentan los personajes o incluso los soliloquios[7]. El sermón, sin duda, también forma parte de esta lista de estilos que enriquecen la obra, pero su función esencial, por definición, es la de predicar la buena doctrina de la Iglesia con el objetivo de orientar a los hombres hacia ese ideal de conducta y valores. Con este fin y en el contexto postrentino en que se escribió Guzmán de Alfarache es como se debe entender el sermón y por extensión toda la novela. Así lo confirma la acogida que tuvo la Primera parte, plasmada en el elogio del Alférez Luis Valdés al principio de la Segunda parte:

sólo Mateo Alemán le halló el punto, enseñando sus obras cómo sepamos gobernar las nuestras, no con pequeño daño de su salud y hacienda, consumiéndolo en estudios. Y podremos decir dél no haber soldado más pobre, ánimo más rico ni vida más inquieta con trabajos que la suya, por haber estimado en más filosofar pobremente, que interesar adulando. Y como sabemos dejó de su voluntad la Casa Real, donde sirvió casi veinte años, los mejores de su edad.[8]

De la misma manera que el soneto del italiano Juan Bautista del Rosso, elogia el primer libro y resalta la gran labor del novelista español, alabando que

El delicado estilo de su pluma
advierte en una vida picaresca
cuál deba ser la honesta, justa y buena.
Esta ficción es una breve suma,
que, aunque entretenimiento nos parezca,
de morales consejos está llena”.[9]

Igual que los pensadores platónicos, Guzmán parte del reconocimiento de su humildad para legitimar su mensaje optimista y reformador de la virtud moral:

¡Válgame Dios –me puse a pensar—, que aun a mí me toca y yo soy alguien: cuenta se hace de mí! ¿Pues qué luz puedo dar o cómo la puede haber en hombre y en oficio tan escuro y bajo? Sí, amigo –me respondía—, a ti te toca y contigo habla, que también eres miembro deste cuerpo místico, igual con todos en sustancia, aunque no en calidad.[10]

De estas palabras cabe deducir que si en Guzmán, que ha elegido la vida del vicio y del engaño libremente –a diferencia de Lazarillo, quien cayó en la picardía por necesidad— hay esperanza de que actúe la gracia divina y se dé el arrepentimiento, entonces también se puede dar en cualquier ser humano ya que “todos en sustancia, aunque no en calidad” somos miembros “deste cuerpo místico.” Este fragmento revela el optimismo de la ideología reformista de la que Alemán participa, planteando la dualidad entre el libre albedrío –capacidad humana para elegir y tomar decisiones propias— y la gracia divina –don gratuito concedido por Dios al hombre para salvarse— de una manera no excluyente sino sintetizada. Y dentro de esta ideología reformista, optimista y sincera, es como se debe interpretar la función del sermón en Guzmán de Alfarache y el renombre del que disfrutó entre sus contemporáneos. Un éxito que no trascendió a la edad moderna y que hace de esta novela uno de los clásicos españoles menos leídos, sobre todo, según puntualiza Gonzalo Sobejano (2009), después de que Unamuno la condenara, sentenciando que ese “libro tan alabado no era sino una ‘sarta de sermones enfadosos y pedestres de la más ramplona filosofía y de la exposición más difusa y adormiladora que cabe”.

Sería injusto abandonar nuestro Guzmán de Alfarache al ostracismo con la etiqueta de ramplón después de la influencia que tuvo entre el público y los autores del siglo XVII, sin tener en consideración factores como la longitud del libro (y de algunas de las digresiones), el carácter anticuado de la crítica moral y social que presenta en un tono estricto, impuesto por la voluntad reformista del autor y por la propia naturaleza del sermón. En este sentido la novela de Alemán contrasta con la ironía en Lazarillo, el humor que transmite Cervantes con sus personajes o el cómico sarcasmo presente en el Buscón de Quevedo.

Obras citadas

Agustín, Santo, Obispo de Hipona: Confesiones. Alicante: Biblioteca virtual Miguel Cervantes, 2002. Recuperado el 27 de octubre de 2009 de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01256854276038273432102/p0000001.htm#I_2_

Alemán, M.: Guzmán de Alfarache. Ed. José María Micó, Madrid: Cátedra, 2007, Vol. I y II

Morla, R. & García R. (2007). Las obras de Platón. Eikasia. Revista de filosofía. 12 Extraordinario (agosto 2007). Recuperado el 29 de octubre de 2009 de http://www.revistadefilosofia.com/11-1.pdf

Sobejano, G.: De la intención y valor del “Guzmán de Alfarache.” Alicante: Biblioteca virtual Miguel Cervantes, 2009. Recuperado el 31 de octubre de 2009 de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01593963768921846350035/p0000001.htm#I_0_


[1] Quien ya había sido condenado a muerte y ejecutado (399 a. C.) antes de que Platón comenzara a escribir sus obras de juventud (393 a. C.).

[2] “Grande sois, Señor, y muy digno de toda alabanza, grande es vuestro poder, e infinita vuestra sabiduría: y no obstante eso, os quiere alabar el hombre, que es una pequeña parte de vuestras criaturas: el hombre que lleva en sí no solamente su mortalidad y la marca de su pecado, sino también la prueba y testimonio de que Vos resistís a los soberbios.”

[3] A veces un cuadrillero, a veces un mercante, un epicúreo o un rico, incluso a sí mismo en un soliloquio.

[4] Citado por Micó en el prólogo, Alemán, I, p. 36

[5] Alemán, I, p. 111

[6] A veces la voz narrativa pide permiso al narratario antes de iniciar la digresión: “Viéndolo por mío, si no es esa la falta que le hallas. Díjelo, por haberme parecido digno de mejor padre; tú lo dispón y compón según te pareciere, enmendando las faltas” (I, p. 283). También cuando vuelve al hilo de la narración: “Pero a mi juicio de ahora y entonces, volviendo, volviendo a la consideración prometida, con quien hablo, más que a religiosos y comunidad, fue con los príncipes y sus ministros de justicia de quien iba hablando cuando esta digresión hice” (Alemán, I, p. 286).

[7] Citas bíblicas, las historias de Ozmín y Daraja, Dorido y Clorinia o el Arancel de Necedades son algunos ejemplos.

[8] Alemán, II, p. 25.

[9] Alemán, II, p. 31

[10] Alemán, II, p. 285