Si es necesario escuchar un sermón, que lo cuente un pícaro, por favor

Por Miguel Santos González
George Mason University, Virginia

La Primera parte de Guzmán de Alfarache fue publicada en España en 1599, dentro de una sociedad muy sensibilizada ideológicamente con las creencias religiosas por dos causas, una externa, el Concilio de Trento y su Contrarreforma como respuesta a la Reforma protestante y la otra interna, las conversiones y falsas conversiones de practicantes judíos y musulmanes al catolicismo ocurridas a partir de las expulsiones de España de ambos grupos, iniciadas con los Reyes Católicos en 1492 y continuadas por Felipe III hacia 1609. Para finales del siglo XVI en España también existe una nueva sensibilidad literaria y estética. Gran parte de la población se encuentra ya hastiada del idealismo de las gestas heroicas de los caballeros y del amor cortés que aparecen en la mayoría de los libros y relatos populares coetáneos y anteriores. El público muestra una gran inquietud por un tipo de literatura que dé cabida a personajes e historias más verosímiles, y que representen lo más posible la realidad cotidiana. El gran mérito y el éxito de Mateo Alemán en su época, como bien lo demuestran los elogios que preceden tanto al primer como al segundo libro, radican precisamente en la fusión ideológica, estilística y literaria que consigue en esta novela.

Alemán recurre a las cualidades de su protagonista, el pícaro Guzmanillo, heredero del Lazarillo, para aportar gracia, interés, realismo y mantener el hilo conductor de la novela a pesar de las continuas digresiones. La enseñanza mediante ejemplos ex contrario permite al autor narrar, por boca de Guzmán, las aventuras y desventuras de éste para ilustrar en qué no consiste una vida cristiana. Es decir, a través de las peripecias del pícaro, el autor introduce escenas desvergonzadas o pecaminosas, pero a la vez interesantes y amenas para el público. Las andanzas de Guzmán también aportan situaciones sociales y oportunidades diversas para mostrar actitudes de profesiones o estamentos de la sociedad, y al mismo tiempo dan paso al sermón e invitan a reformar la moral y las costumbres. Otro pilar que sustenta el sermón y los consejos morales dentro de la obra es el arrepentimiento final del pícaro Guzmanillo a pesar de sus innumerables caídas. La catarsis del arrepentimiento lo eleva desde “la cumbre del monte de las miserias” a, “alzando el brazo, alcanzar el cielo” mediante la conversión. Y es desde este punto elevado, esta atalaya de la vida humana, donde los sermones de Guzmán adquieren su sentido y justificación.

En esta obra de Alemán el protagonista no solamente narra los acontecimientos de manera autobiográfica sino que entabla un diálogo de manera continua, aunque no exclusiva, con el lector, ese curioso lector, al que Guzmán exhorta al diálogo en la novela. Este diálogo entre el narrador y el narratario tiene fines didácticos con antecedentes en nuestra cultura occidental tan profundos como los diálogos platónicos y las Confesiones de San Agustín de Hipona. En los diálogos platónicos, el filósofo expone sus pensamientos en boca de sus personajes, sobre todo de Sócrates[1]. Partiendo desde la humildad de la ignorancia absoluta, “solo sé que no sé nada”, la estructura del diálogo permite a Platón, a diferencia de sus predecesores sofistas que exponían sus pensamientos en forma de tratado, exponer sus ideas de una manera metódica, didáctica, descubriendo la verdad a través de la dialéctica, del debate de ejemplos e ideas. Este intercambio de preguntas y respuestas, de opiniones y verdades le permite al filósofo ateniense incluir, ideas poco populares para su época. De igual manera, San Agustín, introductor del platonismo en la teología cristiana, estructura sus Confesiones en forma de diálogo. El diálogo con Dios, le sirve al de Hipona para sintetizar la vida de su juventud llena de “placeres ilícitos y deleites cumplidos” con los “amarguísimos sinsabores” producidos por el castigo divino. La obra del santo expone la trayectoria del alma de Agustín, un ser de naturaleza humilde, insignificante, pecaminosa y, por qué no decirlo, pícara hacia el santo Agustín, un hombre arrepentido y reformado cuyo alma llega a conocer la sabiduría y el poder infinito de Dios.[2]

Mateo Alemán estructura su novela en una peculiar forma de confesión que alterna la peripecia y el sermón y se desarrolla a través de un diálogo entre Guzmán, el yo que narra su autobiografía, y el lector, el  polivalente: el vulgo, el curioso lector, la persona o el grupo social[3] al que va dirigida la conseja o la reprimenda del sermón. Este  narratario es variado y dinámico. Con frecuencia, adquiere mucha vivacidad cuando es exhortado por el narrador a ponerse “en mi lugar”, “troquemos plazas”[4] le pedirá más adelante la voz narrativa.

La alternancia entre la peripecia del pícaro y los sermones tienen una doble función: la expansión de los límites de la narración y, sobre todo, la reforma moral:

Haz como leas lo que leyeres y no te rías de la conseja y se te pase el consejo; recibe los que te doy y el ánimo con que te los ofrezco: no los eches como barreduras al muladar del olvido. Mira que podrá ser escobilla de precio. Recoge, junta esa tierra, métela en el crisol de la consideración, dale fuego de espíritu, y te aseguro hallarás algún oro que te enriquezca. [5]

Alemán se aleja y regresa [6] al hilo narrativo autobiográfico, intercalando y enriqueciendo el texto con digresiones de estilo variado como son las consejas, las citas, las historias que cuentan los personajes o incluso los soliloquios[7]. El sermón, sin duda, también forma parte de esta lista de estilos que enriquecen la obra, pero su función esencial, por definición, es la de predicar la buena doctrina de la Iglesia con el objetivo de orientar a los hombres hacia ese ideal de conducta y valores. Con este fin y en el contexto postrentino en que se escribió Guzmán de Alfarache es como se debe entender el sermón y por extensión toda la novela. Así lo confirma la acogida que tuvo la Primera parte, plasmada en el elogio del Alférez Luis Valdés al principio de la Segunda parte:

sólo Mateo Alemán le halló el punto, enseñando sus obras cómo sepamos gobernar las nuestras, no con pequeño daño de su salud y hacienda, consumiéndolo en estudios. Y podremos decir dél no haber soldado más pobre, ánimo más rico ni vida más inquieta con trabajos que la suya, por haber estimado en más filosofar pobremente, que interesar adulando. Y como sabemos dejó de su voluntad la Casa Real, donde sirvió casi veinte años, los mejores de su edad.[8]

De la misma manera que el soneto del italiano Juan Bautista del Rosso, elogia el primer libro y resalta la gran labor del novelista español, alabando que

El delicado estilo de su pluma
advierte en una vida picaresca
cuál deba ser la honesta, justa y buena.
Esta ficción es una breve suma,
que, aunque entretenimiento nos parezca,
de morales consejos está llena”.[9]

Igual que los pensadores platónicos, Guzmán parte del reconocimiento de su humildad para legitimar su mensaje optimista y reformador de la virtud moral:

¡Válgame Dios –me puse a pensar—, que aun a mí me toca y yo soy alguien: cuenta se hace de mí! ¿Pues qué luz puedo dar o cómo la puede haber en hombre y en oficio tan escuro y bajo? Sí, amigo –me respondía—, a ti te toca y contigo habla, que también eres miembro deste cuerpo místico, igual con todos en sustancia, aunque no en calidad.[10]

De estas palabras cabe deducir que si en Guzmán, que ha elegido la vida del vicio y del engaño libremente –a diferencia de Lazarillo, quien cayó en la picardía por necesidad— hay esperanza de que actúe la gracia divina y se dé el arrepentimiento, entonces también se puede dar en cualquier ser humano ya que “todos en sustancia, aunque no en calidad” somos miembros “deste cuerpo místico.” Este fragmento revela el optimismo de la ideología reformista de la que Alemán participa, planteando la dualidad entre el libre albedrío –capacidad humana para elegir y tomar decisiones propias— y la gracia divina –don gratuito concedido por Dios al hombre para salvarse— de una manera no excluyente sino sintetizada. Y dentro de esta ideología reformista, optimista y sincera, es como se debe interpretar la función del sermón en Guzmán de Alfarache y el renombre del que disfrutó entre sus contemporáneos. Un éxito que no trascendió a la edad moderna y que hace de esta novela uno de los clásicos españoles menos leídos, sobre todo, según puntualiza Gonzalo Sobejano (2009), después de que Unamuno la condenara, sentenciando que ese “libro tan alabado no era sino una ‘sarta de sermones enfadosos y pedestres de la más ramplona filosofía y de la exposición más difusa y adormiladora que cabe”.

Sería injusto abandonar nuestro Guzmán de Alfarache al ostracismo con la etiqueta de ramplón después de la influencia que tuvo entre el público y los autores del siglo XVII, sin tener en consideración factores como la longitud del libro (y de algunas de las digresiones), el carácter anticuado de la crítica moral y social que presenta en un tono estricto, impuesto por la voluntad reformista del autor y por la propia naturaleza del sermón. En este sentido la novela de Alemán contrasta con la ironía en Lazarillo, el humor que transmite Cervantes con sus personajes o el cómico sarcasmo presente en el Buscón de Quevedo.

Obras citadas

Agustín, Santo, Obispo de Hipona: Confesiones. Alicante: Biblioteca virtual Miguel Cervantes, 2002. Recuperado el 27 de octubre de 2009 de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01256854276038273432102/p0000001.htm#I_2_

Alemán, M.: Guzmán de Alfarache. Ed. José María Micó, Madrid: Cátedra, 2007, Vol. I y II

Morla, R. & García R. (2007). Las obras de Platón. Eikasia. Revista de filosofía. 12 Extraordinario (agosto 2007). Recuperado el 29 de octubre de 2009 de http://www.revistadefilosofia.com/11-1.pdf

Sobejano, G.: De la intención y valor del “Guzmán de Alfarache.” Alicante: Biblioteca virtual Miguel Cervantes, 2009. Recuperado el 31 de octubre de 2009 de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01593963768921846350035/p0000001.htm#I_0_


[1] Quien ya había sido condenado a muerte y ejecutado (399 a. C.) antes de que Platón comenzara a escribir sus obras de juventud (393 a. C.).

[2] “Grande sois, Señor, y muy digno de toda alabanza, grande es vuestro poder, e infinita vuestra sabiduría: y no obstante eso, os quiere alabar el hombre, que es una pequeña parte de vuestras criaturas: el hombre que lleva en sí no solamente su mortalidad y la marca de su pecado, sino también la prueba y testimonio de que Vos resistís a los soberbios.”

[3] A veces un cuadrillero, a veces un mercante, un epicúreo o un rico, incluso a sí mismo en un soliloquio.

[4] Citado por Micó en el prólogo, Alemán, I, p. 36

[5] Alemán, I, p. 111

[6] A veces la voz narrativa pide permiso al narratario antes de iniciar la digresión: “Viéndolo por mío, si no es esa la falta que le hallas. Díjelo, por haberme parecido digno de mejor padre; tú lo dispón y compón según te pareciere, enmendando las faltas” (I, p. 283). También cuando vuelve al hilo de la narración: “Pero a mi juicio de ahora y entonces, volviendo, volviendo a la consideración prometida, con quien hablo, más que a religiosos y comunidad, fue con los príncipes y sus ministros de justicia de quien iba hablando cuando esta digresión hice” (Alemán, I, p. 286).

[7] Citas bíblicas, las historias de Ozmín y Daraja, Dorido y Clorinia o el Arancel de Necedades son algunos ejemplos.

[8] Alemán, II, p. 25.

[9] Alemán, II, p. 31

[10] Alemán, II, p. 285


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