Mi abuela italiana y el gran funeral afroamericano

Por Heather Oster
George Mason University, Virginia

En 1936 había una casa de ladrillo, como todas las casas cerca de la Calle Kinsman y la Calle 151 en la parte este de Cleveland. Esta casa siempre estaba llena de alegría, música, olores a comida italiana y, por supuesto, los miembros de la Familia Visconti. Por treinta años, muchas familias vivieron en la casa. Cada familia nuclear vivía en cada uno de los tres pisos con sus propios baños, dormitorios, cocinas y salas, pero era muy común que las familias pasaran cenas y los fines de semanas juntas alrededor de una mesa grande en el sótano. Esta era la casa de mi abuela. Mi abuela pasó su niñez en el primer piso de esta casa y tras casarse con mi abuelo, se trasladaron al segundo piso, donde años después criarían a sus propios hijos.

Desde la construcción de las casa en esta calle hasta los años cincuenta, casi todos los vecinos eran inmigrantes. La mayoría eran italianos, otros judíos y unos pocos eran irlandeses. Los vecinos italianos hacían las funciones de la familia extendida ya que les proporcionaban una variada red de recursos, participaban en las celebraciones religiosas y los ayudaban a mantener sus tradiciones italianas. Así fue la primera década de este barrio.

Durante los años cuarenta, la Segunda Guerra Mundial sirvió para unir a los vecinos todavía más porque todos tuvieron que decir adiós a sus hijos y nietos que iban a luchar en la guerra. Cuando ésta terminó, los que habían partido regresaron más asimilados a la cultura americana y un poco menos apegados a su cultura italiana. Aunque ellos siguieron manteniendo sus tradiciones, como la de vivir en el barrio o en la misma casa familiar, empezaba a ser evidente que la cultura de esta generación había cambiado.

Hacia los años cincuenta, la generación joven, con sus pequeñas familias, empezó a mudarse a los suburbios a medida que las generaciones mayores fueron falleciendo. La generación joven quería mantener sus tradiciones culturales, pero no necesitaba tanto la ayuda de una familia extendida ni mucho menos la de la comunidad de vecinos. Se identificaba más con la cultura de otras familias pequeñas que con la cultura de los inmigrantes. A medida que los hijos y los nietos de los inmigrantes se iban mudando de este barrio, los afroamericanos empezaron a mudarse hacia las ciudades a barrios como la Calle Kinsman y la Calle 151, donde vivía mi abuela.

Para 1958, mi bisabuelo, el padre de mi abuela, vivía solo en el primer piso y mi abuela, mi abuelo, mi tío y mi mamá vivían en el segundo piso. Nadie vivía en el tercer piso. Había mucha tranquilidad en la casa, pero no había más cenas alrededor de la gran mesa en el sótano, ni noches con los vecinos charlando en las terrazas. Tampoco había celebraciones religiosas en el barrio después de la misa. Ellos eran la última familia de los grupos de inmigrantes en el barrio. Todos los vecinos eran afroamericanos con otra cultura que mi familia no entendía. Mi bisabuelo empezó a echar de menos el ambiente de la cultura italiana por lo que decidió construir una casa grande en los suburbios, más cerca de otros italianos que se habían mudado allá. Aunque no fuera igual que el barrio de Kinsman, porque todos se habían dispersado por los suburbios, parecía una forma más apropiada para intentar mantener la cultura italiana.

Un día durante la construcción de la casa en los suburbios, los constructores le pidieron a mi bisabuela que fuera a ver la casa para dar sus preferencias sobre ciertas cosas. Mi bisabuela no podía ir porque tenía su propio restaurante en la ciudad y trabajaba allá todos los días. Tampoco mi abuelo podía ir en lugar de mi bisabuelo porque trabajaba en el restaurante también. Entonces ellos le pidieron a mi abuela que dejara a sus hijos con sus amigos y que se reuniera con los constructores. Mi abuela decidió ir después de su cita médica y le pidió instrucciones a mi abuelo sobre cómo llegar. Él sabía que estaba lejos de la ciudad, pero que era bastante fácil de llegar, más o menos todo recto en la misma calle. Le dijo:

—Mary Ann, sigue el tráfico hasta la intersección de Shaker. Otra vez, sigue el tráfico después de un giro y enseguida estarás en Pepper Pike. Es fácil y no te va a pasar nada.

Bueno, mi abuela empezó su viaje a los suburbios siguiendo el tráfico. Ella manejó al principio con mucha confianza. Pero cuando llegó a Shaker Square, donde seis calles confluyen, el asunto comenzó a complicarse ya que además había una vía de metro que dividía las calles.

—Tranquila, Mary Ann, tranquila. Puedes hacerlo—se dijo. Decidió quedarse en el carril a la izquierda, al lado de la vía de metro. Cuando el tráfico en el carril izquierdo dobló, ella dobló, pero de repente se vio en una calle que entraba en la intersección otra vez.

—¿Qué pasó?—se preguntó mi abuela. Como muchas personas en situaciones dificiles, ella no pensaba que hablar en voz alta era algo extraño.

—Voy a intentarlo otra vez.

Cuando ella siguió el tráfico en el carril de más a la izquierda sucedió lo mismo otra vez. Cuando entró en la interseción por segunda vez, ella empezó a sentir pánico y a rezar para encontrar el camino. Inmediatamente después de terminar su oración, vio una comitiva funeraria grandísima. Ella se dio cuenta de que el cementerio estaba en la dirección hacia la que ella tenía que ir, por lo que si seguía al corejo fúnebre, podría encontrar por fin el camino correcto.

Ella atravesó entonces los carriles para ponerse en el de la derecha, al lado de la comitiva. Como ella estaba tan concentrada en la maniobra no se dio cuenta de que justo se había metido dentro del cortejo. Pero cuando miró a la izquierda y a la derecha, y vio la escolta de policía a su lado, se dio cuenta por primera vez de que estaba detrás del coche fúnebre. Se sintió presa del pánico.

—Voy a integrarme con la procesión hasta que pueda salir—se dijo con calma. El único problema con la idea de integrarse era que este funeral era todo afroamericano y ella era la única italiana.

Cerca ya del cementerio, ella pensó seguir recto cuando la procesión doblara a la entrada del cementerio, pero la escolta bloqueó la intersección y tuvo que doblar con el cortejo detrás del coche fúnebre. Como ella conocía este cementerio, pensó en otro plan para salir.

—Cuando ellos sigan recto por el cementerio a la sección principal, doblaré a la izquierda para salir por la otra parte.

Pobrecita, tampoco esta vez tuvo éxito en su plan porque el cortejo fúnebre paró inmediatamente después de la entrada en la primera sección y ella tuvo que parar con ellos. Un guardia abrió la puerta del coche de mi abuela, la ayudó a salir y quiso escoltarla al lugar del entierro. Sintiéndose enferma por la vergüenza y el pánico, y con un dolor de cabeza terrible, habló con el escolta. Ella le pidió perdón, le rogó que hiciera llegar sus respetos a la familia del finado, y tras entrar en su coche, se fue lo más rápidamente que pudo.

Cuando manejaba por el cementerio hacia a la salida, ella se sintió más aliviada y reflexionó sobre el cortejo fúnebre en el que acababa de participar. Pensó sobre la muerte y la tristeza que esta causa, la importancia de la familia y las tradiciones de la vida que son elementos en común en todas las culturas. Aunque se sentía como la extranjera italiana en este funeral afroamericano, también se dio cuenta de las similitudes que tenía con su familia italiana. Una parte de sus estereotipos hacia sus vecinos afroamericanos fueron enterrados ese día junto al muerto.

Ella regresó a casa desde el cementerio. Abrió la puerta de su casa y mi abuelo le preguntó:

—¿Dónde estuviste? ¡Los constructores nos llamaron al restaurante muchas veces hoy preguntando dónde estabas!

—Pues, yo fui a un funeral, estoy agotada y tengo un dolor de cabeza horrible. Quiero descansar.

—¿Funeral? ¿Funeral de quién? —le preguntó mi abuelo.

—No conozco al muerto, tampoco a la familia. Solo sé que no eran italianos, eran afroamericanos. Era muy triste ver a la familia y al enorme cortejo fúnebre que la acompañaba—le contestó mi abuela.

Ella se acostó dejando a mi abuelo boquiabierto.

En mi familia, la historia de mi abuela italiana y el funeral afroamericano no solo es algo cómico que hizo mi abuela sino un ejemplo de que una cultura no es tan diferente de la otra: todos nacemos y nos morimos. Para nuestra familia, esta anécdota es un recordatorio de que entre los momentos del nacimiento y la muerte somos queridos por nuestras familias cualquiera que sea nuestra cultura.

La autora escribió este cuento para la clase SPAN 309 «Intensive Spanish in Context».